Época: Reinado Isabel II
Inicio: Año 1833
Fin: Año 1868

Antecedente:
El reinado de Isabel II
Siguientes:
Movimientos de población y proceso de urbanización
Cambios y constantes de la sociedad
La nueva aristocracia
La burguesía de los negocios
Las clases medias
Clases bajas urbanas
Orígenes del movimiento obrero
Vagabundos, mendigos y otros marginados
Campesinos y trabajadores del campo
Artesanos y trabajadores en la industria y minería rural

(C) Germán Rueda



Comentario

El comportamiento social y demográfico de los españoles en los tres primeros cuartos del siglo XIX es más parecido a la segunda mitad del siglo XVIII que al siglo XX. Se apunta una fase de transición en la que todavía hay algunos rasgos propios de las sociedades del Antiguo Régimen.
La población del Antiguo Régimen se caracterizaba por tasas de natalidad y mortalidad muy cercanas entre sí, lo que llevaba a un crecimiento natural muy débil o incluso, en algunos períodos, a retrocesos como consecuencia de catástrofes demográficas producidas, fundamentalmente, por epidemias de enfermedades infecciosas o hambres colectivas en malos años de cosecha.

En España (si exceptuamos zonas concretas, como parte de Cataluña y Baleares) la transición demográfica se dio durante el siglo XIX de un modo imperfecto, sobre todo por las altas tasas de mortalidad sólo superadas en el continente por Rusia y algunas zonas del Este europeo. Aun así, la tasa de mortalidad había descendido relativamente en comparación con las tasas propias del Antiguo Régimen. Será ya en el siglo XX cuando desciendan bruscamente.

El crecimiento de la población fue posible por el mantenimiento de unas tasas de natalidad bastantes altas durante el siglo XIX, aunque también habían decrecido relativamente. Al tiempo, en la misma centuria, hubo un paulatino y leve descenso de la mortalidad relativa a causa sobre todo de mejoras higiénicas y médicas, aunque esporádicamente la sociedad tuvo que sufrir crisis más propias del Antiguo Régimen como las epidemias de cólera y las hambrunas, fenómenos analizados por Antonio Fernández (1986). Las primeras produjeron en 1834, 1855, 1865 y 1885 unas 800.000 víctimas mortales. Las segundas, que se pueden datar en torno a 1817, 1824, 1837, 1847, 1857, 1867 y 1877 según la cronología elaborada por N. Sánchez Albornoz, producen una mortalidad difícil de calcular, elevada en cualquier caso. La mortalidad infantil, uno de los indicadores que reflejan los cambios o persistencias del modelo antiguo, disminuyó pero se mantuvo en niveles aún muy altos.

Hay que tener en cuenta que, en buena parte de los países del mundo occidental, el aumento demográfico fue unido a un proceso previo o paralelo de modernización económica. En España éste fue más lento que aquél. La consecuencia inmediata será el desequilibrio entre recursos y población, que impulsará a la emigración, especialmente a partir de la segunda mitad del siglo XIX.

En el reinado de Isabel II podemos distinguir dos etapas en cuanto al aumento de la población, tomando como referencia el promedio anual de crecimiento. En la primera, entre 1834 y 1860, el porcentaje medio de crecimiento anual fue del 0,56%; en la segunda, entre 1860 y 1877, el porcentaje fue del 0,36%.

Asistimos pues a una fase de mayor crecimiento entre 1834 y 1860 que entre 1860 y 1877 con porcentajes en esta última parecidos a las primeras décadas del siglo. Sobre la relación entre crecimiento económico y demográfico durante el siglo XIX, ha habido un debate historiográfico que se puede resumir en las posturas de J. Nadal y V. Pérez Moreda. Para el primero, el crecimiento demográfico en este período constituye una falsa pista, si se toma como indicador de los cambios económicos del país. El crecimiento demográfico, al menos hasta mediados del siglo XIX, no estuvo relacionado con ningún tipo de modernización industrial de la economía del país y responde más bien a mayor producción de alimentos por extensión de los cultivos y a cambios políticos que pudieron convivir con una economía de tipo antiguo. Pérez Moreda entiende que hay una relación mutua. La extensión y diversificación de los cultivos y las medidas que lo permitieron (reformas liberales que afectaron a la tierra y los impuestos como el diezmo), efectivamente, ayudaron a sostener el ritmo de crecimiento de la población, pero justamente se dieron en gran medida como una primera respuesta ante un problema de presión creciente de la demanda de alimentos motivada por el aumento demográfico. Parece evidente, en mi opinión, que no hay un automatismo entre cambios económicos y demográficos o viceversa, aunque casi siempre mantienen una cierta relación.

Otro aspecto a considerar es la desigual distribución geográfica de la población que tenderá a una dualidad por un lado, entre el centro y la periferia, y, por otro, entre el Norte y Sur. Una constante en la edad contemporánea española -aunque se inicia en el siglo XVIII- es la corriente centrífuga. Dentro de la periferia, hay que destacar una mayor vitalidad natural y capacidad de atracción de población en las regiones del norte. El motivo fundamental es un desfase entre ambos conjuntos regionales. La periferia, y especialmente el Norte, tenía una economía más fuerte, un mayor grado de desarrollo y ello afecta, lógicamente, a los cambios sociales y a la demografía.

Ya en siglo XVIII el número de habitantes es mayor en la periferia -sobre todo en el Norte- a pesar de su menor extensión, lo que se acentuará a lo largo del período contemporáneo, por causas diversas entre las que destacan:

- Crecimiento económico mayor y más sostenido de diversas zonas costeras, con menores fluctuaciones de los abastecimientos alimenticios y de los precios, lo que supone una menor incidencia de las crisis de subsistencias, como puso de manifiesto Gonzalo Anes.

- Mayor crecimiento biológico por un mayor descenso de los índices de mortalidad, debido, entre otros motivos, a las causas anteriores. Como han puesto de manifiesto los estudios de Nicolás Sánchez Albornoz, en torno a 1870 el saldo vegetativo era considerablemente más elevado en la mayor parte de las provincias de la periferia, especialmente en el Norte, que en las del interior. En líneas generales, las provincias del interior crecen vegetativamente entre un 2 y un 7 por mil anual, las periféricas mediterráneas alrededor de un 10 por mil y la fachada norte entre un 11 y 13 por mil. Canarias, un caso excepcional, crece casi un 22 por mil. Tomando otros indicadores, por ejemplo la tasa media de las décadas de los cincuenta a los setenta, varían los porcentajes pero a grandes rasgos se mantienen las diferencias de población. Si bien zonas, como Extremadura, debido a su alta tasa de natalidad mantienen una crecimiento vegetativo bastante alto hasta los años cincuenta (8,4 por mil) para descender desde entonces: 5,2 por mil hasta 1900.

- Despoblamiento o estancamiento de muchas ciudades del interior con bastante vitalidad en la Edad Moderna. Algunas de estas pérdidas fueron espectaculares. Casos, por ejemplo, de Segovia, Toledo o Medina del Campo. Emigración interna del centro a la periferia (salvo enclaves como Madrid y algunos menores como Valladolid) y especialmente a las regiones industriales del Norte.